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Mercedes 190 SL Roadster, un paseo por el pasado

Escrito por: Víctor M. Fernández - 28 noviembre 2014

Sencillez y belleza en un interior muy bien acabado

Lo primero que transmite el interior del Mercedes 190 SL es una increíble sensación de robustez y calidad de terminación (en esta unidad llevada a cabo por la restauración experta de Pablo Muñoz Lanza).

En marcha no hay cabida a los “grillos”, no hay crujidos indeseables y el ajuste de todos los elementos es simplemente perfecto, con un remate exquisito en todos los elementos de tapicería, en los revestimientos interiores, en la completa instrumentación y en su escueto cuadro de mandos.

Mantiene el reloj original “Kienzle” integrado en la tapa de la guantera y también la misma radio “Becker Europa” que llevaba el coche en el momento de su aparición. Conseguir una reproducción idéntica costó nada menos que 1.100 euros y un viaje a Alemania.

Su volante de pasta integra un aro cromado que, además de la bocina (empujando), también activa los intermitentes (girándolo a la izquierda o a la derecha). A través de su generoso diámetro podemos contemplar la abundante información del cuadro de instrumentación, que tiene dos esferas principales de fácil visualización (cuentavueltas y velocímetro) y otras tres esferas más pequeñas que requieren algún que otro movimiento de la cabeza para tener visión directa (presión de aceite, temperatura del agua y nivel del depósito de combustible), mientras que por debajo están desplegados los mandos para accionar las luces, los limpiaparabrisas, la luz del cuadro, los intermitentes de emergencia y la ventilación.

Curiosamente, la palanca que hay situada a la derecha de la columna de dirección solo sirve para accionar las ráfagas, mientras que el cambio entre luces largas y cortas se realiza mediante un pulsador fijado en la zona del reposapié.

08_Mercedes-190-SL-RoadsterLa sencillez de su presentación permite familiarizarnos pronto con dichos mandos, puesto que el equipamiento de la época termina en la calefacción, la radio, el reloj (integrado en la tapa de la guantera) y la tapicería de cuero que llevaba el coche de serie. El único elemento opcional disponible era el techo duro desmontable y costaba en la época unos 300 dólares en el mercado americano.

Sus asientos delanteros nos reciben como dos amplios butacones en los cuales nos sentimos muy cómodos en los trazados rectos, aunque su nula sujeción lateral dificulta la conducción cuando nos metemos a ritmo ligero por carreteras viradas.

Llama la atención el pequeño asiento “trasportín” situado por detrás de los asientos delanteros, homologado para acomodar a un tercer pasajero (sentado transversalmente), aunque lo de que pueda ir cómodo es ya otra historia en la que prefiero no entrar.

La capota de lona queda perfectamente plegada por detrás de los asientos cuando llevamos el coche descapotado y escondida por una cubierta que le confiere un acabado visualmente bien tratado.