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Jorge Silva

Queridos amigos, lamento deciros que no me sé mi propio currículum, así que nada de cifras y precisiones. Sí puedo decir que nací hace ya tiempo, que con tres años aspiraba como un poseso el humo azul-azufre de cuantos vehículos pasaban por delante, que dibujaba coches desde muy pequeño (en realidad los dibujaba por dentro) y que a los dieciséis años conseguí convencer a Luis Fernando Medina, director de la revista “Velocidad”, para que me dejara cubrir una carrera en el Jarama. Bendito inconsciente Luis Fernando, “el Comandante”, qué buen amigo, qué tipo excelente, qué pena que no esté.

No caí entonces en la cuenta de que con aquella aventurita y las correspondientes horas hurtadas a la Física, se iba al carajo cualquier posibilidad de ser ingeniero (ahora me estaría jubilando, aburrido de provocarle llantinas a Adrian Newey…), pero los resultados a corto y medio plazo eran una recompensa demasiado sabrosa para un chaval tan perturbado por las tuercas como yo lo estaba. Y así fue como la pasión por los coches, la afición a la fotografía y la intoxicación literaria que me habían provocado en la infancia Arturo de Andrés, Javier del Arco, Anthony Burgess y tantos otros me convirtieron en “periodista”.

No soy periodista, en sentido estricto, pero me he ganado la vida todos estos años escribiendo chorradas en toda clase de medios, casi siempre sobre coches. Dicen algunos de mis colegas (y mi madre) que se me da bastante bien. Algún día os confesaré con qué artimañas arteras y sencillísimas he conseguido sembrar esa impresión. No soy periodista porque me aburrí mucho intentando hacer la carrera correspondiente y porque no soy todo lo cotilla que hay que ser para convertirse en eso que llaman “un periodista de raza” (?). Por otra parte, las colaboraciones estaban tan mal pagadas que había que escribir muchísimo para comprar un juego de ruedas. Cuando tenía ruedas y dinero para rectificar el cilindro y rehacer el motor, corría en karting. Preparar motores para mis propios rivales era otra fuente de ingresos. Pobres incautos, no se daban cuenta de que les dejaba ganar para dar mayor prestigio a mis válvulas rotativas custom…

Mejor resultado: cuarto en el Campeonato de Castilla de 1976. ¿Palmarés? No aparezco en los anuarios, porque un amiguete desleal me adelantó cuesta abajo haciendo trompos, con los ojos como platos (Ávila, fiestas patronales), pues lo más próximo era un bordillo de cemento alto como un palmo de King Kong. Gas a fondo+suelo de adoquines+slicks+granizo=mal asunto. Eso sí, mi debut en karting había sido en el Campeonato de España, por aquello de no andarse con medias tintas. La Cala de Benidorm, noviembre de 1975, con el chasis sin montar, el motor nuevecito en su caja, unos neumáticos usadísimos de Manolo Gómez Blanco… y Francisco Franco sin decidirse. Fermín Vélez me puso una rueda en los riñones al doblarme, Doly Bertrán me atizó en la boca con su paragolpes y yo les dije: “¿Sabéis una cosa? ¡Iros todos a plantar nabos!”.

Tuve que dejar las carreras por exceso de falta de liquidez. No como estos “niños de papá” con los que convivo en Autolimite.com, malditos sean. Así que tuve que seguir escribiendo en revistas, haciendo cierres en imprentas nauseabundas, y después probando coches, comiendo ese jamón del que ya no queda, bebiendo los mejores vinos, sentándome en las mejores mesas, durmiendo en hoteles que casi nadie sabe que existen, rompiéndole un coche de carreras a Luis Villamil y viajando como un hombre maleta por los cinco continentes, y menos mal que no hay más continentes. Lo que otros colegas aceptaban con naturalidad “porque yo lo valgo” para mí era una huída hacia adelante sin deleite ni futuro. ¿Seré un desagradecido, después de todo?

Probar coches en plan mayorista y escribir después tus impresiones en “Velocidad”, “Motor 16”, “Dinero”, “Panorama”, “Autoclub”, “Ronda Iberia”, más todas esas revistas que te encuentras en el notario, el peluquero o el dentista, es un verdadero tostón, porque por cada Ferrari que acaricias unas pocas horas te tocan cientos de vehículos de garrafón sin el menor encanto. Y porque para una vez que te dejan probar un Fórmula 3 no cabes en el coche, y para una vez que te dejan un Fórmula 1 te ponen un control de tracción y te limitan el motor a 700 CV.

Mentiría si dijera que no he disfrutado mucho, o que no voy a seguir haciéndolo en el futuro. Conducir (casi cualquier máquina que pueda conducirse) es una de las cosas que más me gustan del mundo, junto a otras que no vienen al caso. ¿Por qué razón un ser humano puede experimentar placer conduciendo máquinas? ¿Alguien lo sabe? No se han difundido demasiadas teorías sobre esto, pero dice mi amiga María Férox, campeona imbatida en el tramo que rodea su pueblo, que el placer de conducir sí tiene una explicación científica: “Has de tener en cuenta que conduciendo experimentas esa sensación, imposible en casi todas las demás actividades de la vida, consistente en que alguien o algo hace exactamente lo que le vas diciendo que haga… ¿Cómo no vamos a estar enganchados a un placer semejante?”

Sé de un colega que domina el Jarama como el patio de su casa a quien, bajando a Bugatti con el gas abierto a fondo en un coche de más de 300 CV, “se le llena el culo de preguntas”. Otro afirma experimentar orgasmos cuando el cronómetro se para dos centésimas antes que en la vuelta anterior. A mí estas consideraciones escatológicas o sexuales no me sirven. Me refería a verdaderas “teorías”, y si alguien sabe de alguna bien argumentada, que lo diga.

Debo confesar que el proyecto en el que nos hemos metido ahora promete muy poco aburrimiento. Tener compañeros como estos anima muchísimo… aunque también estresa lo suyo. Son muy buenos, acaso los mejores, y eso intimida a cualquiera, incluso a alguien tan curtido… y tan mayor como para haberse releído ya con cierta frecuencia a sí mismo con la firma de otros. Pese al acojone que representa este desafío, prometo exprimir cada maquinita que pase por mis manos y decir la verdad, siempre y cuando esa verdad vaya como mínimo un pelo más allá de lo obvio (de lo contrario, mejor el silencio). Prometo también no escribir memeces insustanciales, ni soltar con cuentagotas esos tópicos recurrentes ya inventados o por inventar… por lo menos a conciencia.

Pero prometo antes de cualquier otra cosa que voy a intentar no darme un guantazo por llegar allí donde sólo nuestros Víctor y Villa saben llegar sin despeinarse. Digamos mejor “sin descomponer el gesto”, porque “fumándose un puro” es impropio de deportistas de elite, y porque en el caso de Luis Villamil lo de “despeinarse” suena a sarcasmo y desde luego no es mi intención.

P.D. Si la falta de un currículum serio o un palmarés en condiciones pudiera sonar a desapego, indiferencia o negatividad en la actitud vital, ya os digo que se trata tan sólo de falta de contenido, y por lo tanto de un simple asunto de envidia. Envidia chunga y verdadera, porque más vale que vayamos estando de acuerdo en algo: la “envidia sana” no existe. Por abreviar, sé que estos compañeros de la penúltima etapa de mi vida no van a dejar que toque un cochecito interesante, y eso que son amigos de los de verdad. Lo más doloroso es que hay buenas razones para ello.