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Gilles Villeneuve, el príncipe sin corona. Parte 2

Un relato de El Abuelete del M3 - 17 mayo 2020

El duelo imposible en Dijon-Prenois

Los buenos resultados de Ferrari continuarían en el GP de Francia 1979, una carrera disputada en el circuito de Dijon-Prenois que quedó marcada para la historia.

Por un lado, porque supuso la primera victoria del Renault RS10 Turbo, con Jean-Pierre Jabouille al volante (primera victoria de un motor turbo en F1). Por otro lado, porque en aquella carrera asistimos a uno de los duelos más espectaculares acontecidos en la Fórmula 1, con Gilles Villeneuve (Ferrari 312 T4) y René Arnoux (Renault RS10 Turbo) luchando por la segunda plaza del podio.

Siempre rápido de reflejos ante el semáforo, Villeneuve (Ferrari) conseguía adelantar en el momento de la salida a los dos Renautl RS10 que partían desde las dos primeras posiciones de parrilla (Jabouille y Arnoux), liderando con superioridad más de media carrera.

Aprovechando el adelantamiento de unos monoplazas doblados, Jabouille (Renault) se acabaría situando a la estela de Villeneuve (Ferrari) y exprimía el potencial de su motor turbo para adelantar al piloto canadiense en la recta más rápida del circuito, viajando así hacia la victoria, la primera de un F1 con motor turbo y el primer GP de Francia de F1 en el que ganaba un piloto francés (Jabouille), con un coche francés (Renault) y neumáticos de marca francesa (Michelin).

Pero, la presión para Gilles Villeneuve no acabaría ahí, padeciendo en las siguientes vueltas la degradación excesiva de sus neumáticos (también Michelin), que ya habían obligado a su compañero, Jody Scheckter (Ferrari), a entrar en “pit lane” para sustituirlos.

René Arnoux (Renault), tras una mala salida, venía remontando posiciones desde el primer giro y terminaría alcanzando a Gilles Villeneuve a solo cinco vueltas del final de la carrera, para protagonizar un duelo sin precedentes, una de las batallas más espectaculares que se recuerdan en un Gran Premio de Fórmula 1.

Villeneuve, que había conseguido aguantar sobre el asfalto con unos neumáticos muy degradados, veía como el Renault RS10 de René Arnoux se colocaba a su rebufo y le adelantaba también en la frenada de la recta de meta.

Todo parecía indicar que Arnoux sería quien subiría al segundo escalón del podio, pero fue ahí, en aquellas dos vueltas finales, donde pudimos contemplar la verdadera esencia ganadora de un Gilles Villeneuve siempre al límite.

La figura de aquel bólido rojo de Ferrari quedó grabada en la retina de millones de espectadores que, a través de la televisión, asistieron asombrados a un espectáculo que el paso de los años ha fijado también en el imaginario de las generaciones posteriores, como el ejemplo máximo de la competitividad por la competitividad.

El circuito francés de Dijon-Prenois, un trazado lleno de puntos ciegos, desniveles, cambios de rasante y curvas rápidas, fue el escenario en el que se desencadenó una sinfonía de emociones, con apuradas de frenada inverosímiles, bloqueos de rueda, repetidos toques entre los monoplazas, adelantamientos extremos y una lucha rueda con rueda casi imposible.

Y, todo aquello, por escalar al segundo peldaño del podio, donde les esperaría Jean-Pierre Jabouille (Renault) en el escalón más alto, siendo René Arnoux (Renault) en que ocuparía la tercera posición, cruzando la meta a tan solo 0,24 segundos de Gilles Villeneuve.

Cuando acabó el duelo, fueron varios de sus compañeros de parrilla los que llegaron a cuestionar aquella forma de competir, calificando al canadiense de irresponsable al traspasar todos los límites.

Gilles respondió muy tranquilo: “Luchábamos por el segundo puesto y era la última vuelta, nadie más estaba involucrado. Nadie salvo nosotros sabía exactamente cómo estaban nuestros coches. Si alguien tiene algo que decirme, que me lo diga a la cara”.