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A Montecarlo con Seis Peniques y los «Taxis». Parte 1

Un relato de El Abuelete del M3 - 16 enero 2013

Cuando el Rallye Montecarlo era una fiesta

Hasta los años 60 en que los increíbles “Mini” vinieron a revolucionarlo, el Rallye de Montecarlo era una fiesta. Mezclados, pero no revueltos con verdaderos aficionados (pilotos de coches más modestos), una nutrida nómina de la nobleza, celebridades y alta burguesía mundial, iban coincidiendo en la capital del Principado de Mónaco, apabullantes en su poderío, sobre lujosos automóviles que recorrían en pleno invierno las carreteras europeas de postguerra, como un preludio glamouroso de lo que, ya en plena primavera, constituía el mayor acontecimiento del automovilismo mundial, el Gran Premio de Mónaco de F-1.

Era enternecedor observar los gestos de aquella ”hoguera de vanidades”, tratando de explicar sus hazañas a bordo de imponentes Jaguar, Mercedes, Ferrari, Maserati, Aston Martin, Lancia, Facel Vega y resto de grandes marcas de la época, con los que igual se podían presentar vestidos de etiqueta en cualquier reunión mundana, que ponerles un número y convertirse en arriesgados “gentelman-driver”.

Aquello duró hasta que, en los años 60, llegaron los primeros Saab y Mini conducidos por auténticos pilotos, casi todos nórdicos, que pusieron las cosas en su sitio.