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Ayrton Senna en el laberinto de 1993

Un relato de El Abuelete del M3 - 9 diciembre 2012

Ayrton Senna, el “señor de la lluvia”

La temporada de 1993 se inicia el 14 de marzo en el Gran Premio de Suráfrica y, como era de prever, el triunfo fue para el Williams de Alain Prost, con Senna en segunda posición.

Dos semanas después, en el Gran Premio de Brasil, los aficionados enloquecieron al contemplar una de las mayores hazañas de su ídolo.

La “pole” la había conseguido Alain Prost y, Ayrton Senna, partía en la tercera posición de parrilla. Tras la salida, Michael Andretti (nuevo compañero de Senna en McLaren) y Gerhard Berger (que había sido fichado este año por Ferrari) sufren un encontronazo y Prost aprovecha la confusión para poner mucha tierra por medio. A consecuencia del destrozo inicial la pista quedó muy sucia (con restos de la colisión) y Senna adelantaba con bandera amarilla en una de las vueltas. A consecuencia de ello era penalizado con un “stop & go” de 10 segundos y el paso correspondiente por línea de boxes, lo que le relega hasta hacer pensar a sus seguidores que todo está perdido.

El Senna místico creía que “cuando Dios quiere que suceda algo, no existen las desventajas técnicas ni las diferencias”. Y el dios del diluvio apareció en su ayuda. “Mágic” Senna, el dominador de la lluvia, tres vueltas después de cumplir su penalización, hundido en el final de la tabla, comienzo a “volar” sobre el líquido elemento.

Alain Prost, escapado a distancia sideral, hacía un trompo, tratando de esquivar el Minardi de Christian Fittipaldi, ocupado en no pisar restos del desastre inicial. Dicha maniobra motivaba la salida, por vez primera en la historia de la Fórmula Uno, del “Pace Car” (actual “Safety Car”). El incidente provoca el reagrupamiento de los supervivientes y coloca a Damon Hill (Williams) como líder provisional de la prueba, en la disputa de su cuarto Gran Premio.

Relanzada la carrera, Ayrton Senna, aliado de la lluvia, avanza “devorando” adversarios con la maestría que le caracterizaba en su elemento favorito. Unos y otros ven aparecer (o intuyen en sus retrovisores) la presencia de una mancha blanca y roja que, un instante después, les ciega con su estela.

Llega a superar a Johnny Herbert (Lotus) y a Michael Schumacher (Benetton), que se resisten mientras luchan a brazo partido por el podio, y ni siquiera Damon Hill (Williams) es capaz de resistir el empuje avasallador de aquel mito, que alcanza un nuevo y postrero triunfo en su Brasil natal.

Nadie pudo adivinar entonces que aquella sería la última vez que la afición brasileña podría gozar hasta el éxtasis con el triunfo de su ídolo.


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